¿Cómo
ha sido posible esta rapidísima transformación que ha modificado radicalmente
la historia urbana secular de nuestras urbes en un tiempo muy breve?.
Apuntaría, simplificando mucho, a tres razones básicas:
la
imparable tendencia a la urbanización de la población del planeta, consecuencia
progresiva de la Revolución Industrial y de sus efectos en el mundo rural
(mecanización, concentración de la propiedad, masivos excedentes de mano de
obra). La tendencia a la urbanización de la población es marcadamente
asimétrica: el campo y la mayoría de los núcleos rurales se despueblan;
multitud de ciudades medias y pequeñas en regiones atrasadas o no favorecidas
por las tendencias antedichas se convierten en estacionarias, envejecen o
pierden lentamente población; solo algunas pocas comarcas se convierten en
áreas de crecimiento y localización masiva de empleos y servicios.
Se
puede afirmar sin exageración que el cambio climático en marcha no es sino una consecuencia
del nivel de concentración, artificiosidad y consumo que han adquirido las
sociedades humanas. Nada tan alejado del medio natural en que viven el resto de
las especies animales o en que ha vivido el hombre hasta hace bien poco: en
aquel las reglas son la dispersión de la población en función de los recursos
limitados de cada territorio, el escaso o nulo consumo de productos importados
del exterior y la movilidad reducida a las propias posibilidades de cada
individuo con la sola ayuda de la que proporcionan los animales con que
convive( caballos, mulas..). Actualmente buscamos desesperadamente
el “contacto con la naturaleza”—del que hemos huido durante siglos--, pero
ese contacto, expresado en el deseo por la vivienda unifamiliar con jardín
alejada decenas de kilómetros del resto de las actividades cotidianas, se basa
necesariamente en la movilidad que proporciona el automóvil. Y, cuando en
vacaciones, buscamos paraísos exóticos y distantes, debemos recurrir a uno de
los medios de transporte más contaminantes por persona/ kilómetro transportado,
el avión.
Los
ciudadanos son rehenes del consumo obligado de energía y , a la vez, ávidos
consumidores vocacionales de recursos energéticos, la peor de las combinaciones
posibles desde un punto de vista ambiental. En resumen, una forma de vida
ampliamente compartida que se basa en el consumo acelerado de energía que
(todavía) se supone abundante y barata. Habitamos una sociedad que ha
hecho del binomio “velocidad” y “confort” sus señas de identidad. En
la que tanto las presiones del mercado de vivienda, los imperativos del trabajo
y los placeres del consumo conspiran en la misma dirección, el derroche
energético y su corolario, la emisión de gases de efecto invernadero que
aceleran el cambio climático. Sin que el planeamiento urbanístico—de extrema
debilidad a escala territorial—pueda hacer apenas nada por remediarlo.
Referencias:---ARAUJO,
J., “ Ciudad y energía”, intervención en el Club de Debates Urbanos, Madrid,
mayo 2007--- CONSORCIO REGIONAL DE TRANSPORTES DE MADRID, “Encuestas de
Movilidad”, Madrid, 1988, 1996, 2004.---FONT, A. (coordinador) , “La explosión
de la ciudad”, Ministerio de la Vivienda, Madrid, 2007.---GAGGI, M. y E.
NARDUZZI, “El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste”,
Lengua de Trapo, Madrid, 2006---GARREAU, J, “Edge City. Life on the new
frontier”, Doubleday, NY, 1992-