"No existirá un mundo sostenible, sin ciudades sostenibles"
Es
necesario, conciliar urbanización y sostenibilidad, desarrollando propuestas
que garanticen el avance hacia ciudades que contribuyan a la sostenibilidad y
con ello la continuidad de la especie humana y de las futuras generaciones.
Desafortunadamente, el crecimiento urbano ha adquirido un carácter desordenado, incontrolado, casi cancerígeno. En tan solo 65 años, señala la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD, 1988), “la población urbana de los países en desarrollo se ha duplicado”. Si en 1900 sólo un 10% de la población mundial vivía en ciudades, 2007 será el primer año de la historia que habrá más personas viviendo en áreas urbanas que en el campo, según señala el informe de Naciones Unidas “UN- habitat: el estado de las ciudades 2006-2007”, añadiendo que en 2030, si se continua con el actual ritmo de crecimiento, de una población de unos 8100 millones de habitantes, más de 5000 vivirán en ciudades.
Una
tendencia confirmada así mismo por los resultados del estudio de la London
School of Economics: “The Urban Age” (Burdet y Sudjic, 2008), en el que se
señala que el estallido demográfico urbano es un reto sin precedentes para la
sociedad del siglo XXI, previendo que el 75% de la población vivirá en un área
urbana en el año 2050. Ciudades que utilizan alrededor de un 75% de los
recursos mundiales y desalojan cantidades semejantes de desechos.
Ese
aumento rapidísimo de la población de las ciudades (que remite al problema del crecimiento
demográfico) no
ha ido acompañado del correspondiente crecimiento de infraestructuras,
servicios y viviendas; por lo que, en lugar de aumento de calidad de vida, nos
encontramos con ciudades literalmente asfixiadas por el automóvil y con barrios
periféricos que son verdaderos “guetos” de cemento de una fealdad agresiva, o,
peor aún, con asentamientos “ilegales”. Estamos entrando así en un “milenio urbano”. Una población creciente se ve así condenada a vivir
en barrios de latas y cartón o, en el mejor de los casos, de cemento, que
provocan la destrucción de los terrenos agrícolas más fértiles, junto a los
cuales, precisamente, se empezaron a construir las ciudades. Una destrucción
que deja a los habitantes de esos barrios en una casi completa desconexión con
la naturaleza… O a merced de sus efectos más destructivos cuando, como ocurre
muy a menudo, se ocupan zonas susceptibles de sufrir las consecuencias de
catástrofes naturales, como los lechos de torrentes o las laderas desprotegidas
de montañas desprovistas de su arbolado. Las noticias de casas arrastradas por
las aguas o sepultadas por aludes de fango se suceden casi sin interrupción.
Esa destrucción ambiental no afecta únicamente al terreno que ocupan las
ciudades, sino que cuartea todo el territorio mediante la “inevitable” red de
autopistas, que exige masivas deforestaciones, haciendo inviable la
supervivencia de muchos animales, introduciendo peligrosas barreras en el curso
natural de las aguas y contribuyendo, en definitiva, a la degradación de los
ecosistemas.
Sin olvidar lo que supone la construcción de “megaurbanizaciones”
especulativas, auténticos atentados a la sostenibilidad, en zonas de gran valor
ecológico y paisajístico, sin garantía de agua para su abastecimiento ni de un
tratamiento adecuado de los residuos. Un urbanismo salvaje, con numerosos casos
de corrupción, que conlleva la construcción “eco-ilógica” de campos de golf, de
puertos deportivos, etc., que incluso llega a agredir espacios protegidos y
supone frecuentes recalificaciones de terrenos. Es preciso referirse, además, a las bolsas de alta
contaminación atmosférica debidas a la densidad del tráfico, a la calefacción,
a las incineradoras que producen el “smog” o niebla aparente de las ciudades,
sin olvidar los residuos generados y sus efectos en suelos y aguas, o la
contaminación acústica, lumínica, visual, etc., todo ello con sus secuelas de enfermedades respiratorias,
alergias, estrés, además de los graves problemas de inseguridad ciudadana y
explosiones de violencia. Los núcleos urbanos que surgieron hace siglos como
centros donde se gestaba la civilización, se han ido transformando en lugares
amenazados por la masificación, el ruido, los desechos, problemas que se
agravan en las llamadas “megapolis” con más de diez millones de habitantes,
cuyo número no para de crecer.
El desafío urbano ha de enfrentar, bastantes
problemas: los de contaminación, por supuesto, pero también los que plantea el
consumo exacerbado de recursos energéticos, la destrucción de terrenos
agrícolas, la degradación de los centros históricos, etc. Puede decirse que las
ciudades constituyen hoy el paradigma de la imprevisión y de la especulación, es
decir, de la insostenibilidad.
Nos estamos convirtiendo en una especie urbana. Las
grandes urbes, no los pueblos ni las pequeñas ciudades, se están convirtiendo
en nuestro hábitat principal. Será en las ciudades del siglo XXI donde se
decida el destino humano y donde se dicte el destino de la biosfera. No
existirá un mundo sostenible sin ciudades sostenibles. ¿Podemos construir un
mundo de ciudades medioambiental, social y económicamente viables a largo
plazo?. Es necesario, conciliar la urbanización y
sostenibilidad, desarrollando propuestas que garanticen el avance hacia
ciudades sostenibles y con ello la continuidad de la especie humana y de las
futuras generaciones.
Esta necesidad llevó a la organización de la
Primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos,
celebrada en Vancouver (Canadá), en 1976, así como más recientemente a la
realización de la Conferencia Europea sobre ciudades hacia la sostenibilidad,
celebrada en Aalborg en 1994, que dio lugar a la Carta de Aalborg o la Cumbre
de las Ciudades de las Naciones Unidas de 1996, Hábitat II o también llamada
Cumbre de la Ciudad, celebrada en Estambul (Turquía), en cuya declaración
final, en el preámbulo, se señala: “El Programa de Hábitat constituye un
llamamiento mundial para la acción a todos los niveles. Ofrece, en un marco de
objetivos, principios y compromisos, una visión positiva de los asentamientos
humanos sostenibles, en que todas las personas tengan una vivienda adecuada, un
entorno salubre y seguro, acceso a los servicios básicos y un empleo productivo
libremente elegido. El Programa de Hábitat orientará todas las actividades
encaminadas a convertir esa visión en realidad”. (http://www.unhabitat.org/unchs/spanish/hagendas/).
Como se señala en el Atlas Medioambiental de Le
Monde diplomatique (Bovet et al., 2008, pp. 90-91), la construcción
ecológica está pasando a un primer plano, con una pluralidad de
denominaciones (arquitectura de alta calidad ambiental, ecológica, natural,
pasiva, ecoconstrucción). Las normas pasivas persiguen,
fundamentalmente, incrementar la eficiencia energética de los edificios, es
decir, reducir la energía necesaria para la utilización de las viviendas,
gracias a una adecuada orientación, a buenos aislamientos, a la incorporación
de paneles solares, etc. Así, por ejemplo, se mejora la ventilación natural de
los edificios mediante las llamadas chimeneas solares o termales, que
aprovechan la convección del aire calentado por energía solar pasiva. La ecoconstrucción
se basa en el estudio de las cualidades de la construcción tradicional, uso de
materiales y técnicas de aprovisionamiento de agua con el menor impacto
posible, respetando el lugar, cuidando las vías de acceso, etc.
arquitectura sostenible/sustentable |
“Estamos entrando en un milenio urbano. Las
ciudades, que siempre han sido motores de crecimiento económico y cunas de
civilización, están afectadas en la actualidad por cambios ingentes. Millones
de hombres, mujeres y niños afrontan esfuerzos diarios para sobrevivir.
¿Podemos cambiar esta realidad? ¿Podemos ofrecer a la gente la esperanza de un
futuro mejor? Creemos que si aprovechamos las fuerzas positivas de la educación
y del desarrollo sostenible, la globalización y las tecnologías de la
información, la democracia y el buen gobierno, el fortalecimiento de la mujer y
de la sociedad civil, podemos construir realmente ciudades hermosas,
ecológicas, con desarrollo económico y justicia social”.
Todo ello
sin olvidar que, a pesar de la rápida urbanización, casi la mitad de la población
mundial sigue viviendo en zonas rurales, por lo que resulta crucial crear las
condiciones de un desarrollo rural sostenible que combata la pobreza extrema
que se da en este medio. La Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) ha establecido los requisitos para el logro
de este desarrollo rural sostenible (ver http://www.fao.org/wssd/sard/faodefin_es.htm) que
evite las migraciones masivas hacia la marginación de las megaciudades.
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